A continuación reproduzco un
artículo de Antonio García Vao (1862-1886) publicado en 1883 acerca de la cultura popular de España. Aparte
de algunos extremos que comparto y que seguramente ustedes también, me parece
más sugerente subrayar algunos otros que dibujan el perfil del republicanismo
histórico español y del pensamiento burgués androcéntrico. Lo que me interesa
ahora es remarcar ciertos lugares comunes que han tenido un peso considerable
en la Historia contemporánea y que aún hoy persisten, de forma variable, en escuelas, academias, universidades y en movimientos sociales y políticos también.
En primer lugar, quiero llamar la
atención sobre la revisión de la Historia de España en clave democrática y
popular (una labor titánica emprendida, por ejemplo, por Francisco Pi y
Margall). Así, se sitúa al Cid Campeador como adalid de un pueblo altivo y justo
(como expresaría el “Himno de Riego”, empleado por la II República española, ya
en el siglo XX).
Correlativamente, en segundo
término, se observa un nacionalismo español de base castiza construida, si bien
al margen de la religión católica y la Iglesia, sobre los mismos pilares
excluyentes que la visión nacionalcatólica: la negación de la herencia andalusí
y la demonización de “lo árabe”.
En tercer lugar, asoma en el
presente texto una postura antirreligiosa no meramente contraria a la jerarquía
eclesiástica, toda vez que confunde las manifestaciones artísticas y culturales
del pueblo contrarias a la Iglesia y sus privilegios con un hipotético
sentimiento antirreligioso.
Por otra parte –cuarto punto– el
documento pone de relieve la construcción patriarcal y machista del
nacionalismo español, incluso del más avanzado, como éste que nos ocupa procedente de ciertos sectores del republicanismo histórico. Las mujeres no están
ausentes del relato; al contrario, aparecen como elemento negativo y
distorsionador.
En quinto y último lugar, la cultura
de España se enlaza inequívocamente a la cultura de Castilla. En consecuencia,
se mutilan las expresiones populares del pueblo andaluz y las de otros pueblos
peninsulares que en aquellas fechas ya habían protagonizado sus peculiares “renacimientos”
culturales (como había estudiado, magistralmente, el sanroqueño Francisco María
Tubino en su monumental obra Historia del
Renacimiento literario contemporáneo en Catalunya, Baleares y Valencia, de 1880).Ciñéndonos a la identidad cultural e histórica de Andalucía, representa sin lugar
a dudas un obstáculo a la narración impoluta de la Castilla españolizada: en el
flamenco, sin ir más lejos, presenciamos una aleación de música y motivos
heredados de Al Ándalus, con la no menos relevante religiosidad singular –por anticlerical,
aunque no sólo– del pueblo andaluz, presente en la actualidad, por supuesto, en los cantes flamencos (véanse los estudios de Gastón Boyer o, más recientemente, de Antonio Manuel Rodríguez).
En pocas palabras, el nacionalismo español de buena
parte del republicanismo –con exclusión de ciertas corrientes federales y
confederales, como la que eclosionó en la Constitución de Antequera de 1883– es
claramente castellanista, sexista y burgués.
A R T E. L O S C A N T O R E S D E L
P U E B L O
P U E B L O
El pueblo, se ha dicho, es el
mejor de los poetas, es el más sublime de los cantores. Y es una gran verdad.
Pues si a veces no se le debe considerar como el verdadero autor de las
canciones que tanto alegran nuestro corazón, elevan nuestro sentimiento y endulzan
nuestro ánimo, es por lo menos el inspirador de las grandes concepciones
artísticas, el que hace que la lira se ponga al servicio de la libertad, cuando
se pulsa por hombre de verdadero genio.
El divino Virgilio, en la
primavera, a la sombra de lozanos arbustos, oyendo el murmurar de los arroyos y
el dulcísimo canto de las aves que llevan a la alegría a los bosques y a las
montañas, aspirando la esencia de las aromáticas flores, escuchando el mugir de
los bueyes y el balido de los corderos, y contemplando el patear del potranquillo
retozón, así como haciéndose cargo de todas esas notas inciertas, pero
armoniosas, que se desprenden de la tierra al comenzar la estación primaveral,
lee con encanto indecible sus poesías, llenas de ternura, de sencillez y de
verdad, que con el nombre de “Églogas” todos hemos leído y todos hemos
admirado, a los humildes campesinos que le sirvieron para protagonistas de
tales poemas o para sujetos de sus acciones.
Nada hay que halague tanto al
pueblo como aquello que de él se toma; nada que le enorgullezca tanto como
aquellos poemas en que él es el principal autor, en que figura como el más
importante personaje. Hablad a nuestro pueblo mal del más popular de los dramas
novelescos, de “Don Juan Tenorio”, y estad seguros de que el pueblo protestará
con energía. No: no es fácil despojarle de su carácter caballeresco,
emprendedor, humilde y modesto, y por eso elevado, sin que se ofenda, que por
algo tiene como modelo de todas sus empresas al valiente Cid Campeador, que
“Una vez puesto en la silla,
Se va ensanchando Castilla
Delante de su caballo;”
Pues él representa el ideal
democrático que de largo abolengo trae nuestro pueblo, pues él personifica al
caudillo esforzado que no ama las empresas que no tienen obstáculos
insuperables; pues él es la representación más genuina de nuestro carácter
independiente y republicano, cuando le vemos humillar al poderoso rey, que se
ve obligado a obedecer un mandato y a prestar un juramento; pues él, montado
sobre alazán brioso, cubierto con la férrea armadura, la poderosa lanza en el
temible brazo, su cabeza erguida como el que desafía a lo imposible, seguido de
esforzados caballeros, con un valor tan grande como su orgullo, y un orgullo
menor que su arrogancia, haciendo frente a los árabes decididos, obligándoles a
huir en confuso tropel, como nube de arena empujada por soberbio huracán,
representa también el heroísmo incomparable de España, que reúne en sí las más
poderosas grandezas y las más incomparables glorias.
Una de las formas que la
poesía popular revista, son los cantares, que ya expresan un sentimiento de
amor, ya un sentimiento patriótico, ya un sentimiento religioso: casi siempre
encierran un pensamiento, un refrán o una sentencia; siendo su forma tan
sencilla las más de las veces, que suele rayar en vulgar. Este género de
cantares, propio de todos los pueblos, e hijos de la espontaneidad, que suelen
nacer de la sencilla imaginación de todos esos poetas sin nombre, confundidos
entre la masa general, abundan en extremo, sobre todo en nuestra patria.
Siempre conservaré gratos recuerdos del momento en que por primera vez tuve
ocasión de oír en mi pueblo natal la siguiente estrofa, que produjo en mi ánimo
honda impresión:
“Dos besos tengo en el alma,
Que no se apartan de mí:
El último de mi madre
Y el primero que te di”.
Este hermoso cantar encierra
todo un poema de verdad y de sentimiento. Yo creo que no es posible sentir más
hondo, pensar más alto, ni hablar más claro.
No deja de tener menos
importancia, por el pensamiento que encierra, el que copio a continuación:
“La mujer que se enamora
De la ropa, y no del hombre,
Está falta de sentido,
Porque la ropa se rompe”.
Difícilmente podrá
presentarse, con menos palabras y con más naturalidad, el orgullo de la mayoría
de las mujeres. Ese afán de las gentes egoístas, que viven tan sólo de
engañosas apariencias, por conceder más valor a todo lo que se presenta con
bella forma, siquiera el fondo esté corrompido y degradado, está pintado de
mano maestra.
Es imposible clasificar los
asuntos tratados en los cantares del pueblo. Una nota, un suspiro, una
ingratitud, un sentimiento, una infidelidad, son motivos suficientes para que
vibre la lira popular. Y es muy de notar que lo que menos ha inspirado al
pueblo español ha sido la religión, a pesar de habérsele tenido por católico
ferviente. Es más; muchos de sus cantares lo que muestran e indican es poco
respeto a la religión, pudiéndose observar que, siempre que a los enamorados
que por católicos pasan se les obliga a optar entre su amor y la religión, sale
esta siempre pospuesta, con gran contento de nuestra parte.
“Esta mañana en la misa
Hice un pecado mortal;
Puse los ojos en ti,
Y los quité del altar”.
Estrofa es ésta que viene a
comprobar nuestra afirmación. No dudaríamos en copiar algunos más, si no
considerásemos que andan en boca de todos; razón por la cual, y en gracia
también a la brevedad, no continuaremos copiando trozos de ese gran poema con
que el pueblo ha enriquecido nuestra literatura.
Muchos han sido los poetas que
pudiéramos llamar eruditos, que han cultivado este género de poemas; y aunque
la inmensa mayoría ha dado a sus cantares cierta forma académica y pretenciosa,
no han faltado algunos que han sabido imitar al pueblo: entre ellos se encuentran
Trueba, Ruiz de Aguilera, Campoamor, Fernán Caballero, Ferrán y Fornil,
habiéndose hecho una colección en oro, la más completa de cantores castellanos,
por el académico Sr. Lafuente.
Por más que hayamos dado tanta
importancia a este género de literatura popular, no hemos de ampliar nuestra
alabanza a esos cantares groseros, y hasta repugnantes, que ofenden los oídos
más tolerantes. El pueblo verdaderamente artista, el pueblo verdaderamente
poeta, el pueblo verdaderamente moral, debe procurar borrarlos de la mente, si en
ella se albergaron alguna vez, hacerlos desaparecer de la imaginación,
olvidarlos, valiéndose para ello de las sencillas imprecaciones de sus cantores
sentenciosos, de sus profundas estrofas, repitiéndolas constantemente; que así
como el arte antiguo redimía a los esclavos, concedía independencia a los que
habían gemido bajo el yugo de vergonzosa servidumbre, en lo moderno puede
decirse que una nación en donde brillan las artes y las letras, será ilustre
porque será libre. Nada hay que perjudique tanto a las bellas artes como los
tormentos del absolutismo. Los pueblos artistas difícilmente serán esclavos.
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Antonio
García Vao: “Arte. Los cantores del pueblo”, en Las Dominicales del Libre Pensamiento (Madrid), núm. 25, domingo 22
de julio de 1883.