sábado, 11 de abril de 2009

Se nos murió Quico.

________________ Quico y yo en su cocina, el 6 de febrero de 2006.


Hoy sábado 11 de abril hemos enterrado a Francisco López Herrera en San Roque a los 86 años de edad. Para los que no sepan quién fue Curro, o Quico –como lo conocíamos en el pueblo-, que sepan que fue lo que en otras épocas se conocieron como héroes. O quizá no estuviera tan lejos de ser como los héroes de hoy en día: un olvidado. Perteneciente a la quinta del 43, ya antes de ingresar en la sección de Caballería de Sevilla colaboraba como enlace con el Partido Comunista de España, y al terminar el servicio militar se echó al monte como tantos otros.

Una bomba de mano lo alcanzó en la sierra de Ronda, en Málaga, y hubo de huir a Tánger para que un médico del partido se atreviera a atenderlo. Sería por 1947, y ya le había conseguido el médico camarada un trabajo como pintor cuando alguien los delató.

En 1951 tuvo lugar el consejo de guerra en la ciudad de Sevilla que lo condenaría a él, junto a treinta compañeros más, a la pena de muerte. "Todo el mundo piensa en la muerte, pero teníamos la confianza en salir con vida. Con una condena de ese tipo sigues aferrándote a la vida. Lo peor era cuando algún funcionario introducía la llave en la puerta de la celda y giraba la cerradura. Era una diversión para ellos que a nosotros nos aterrorizaba".

Finalmente le fue conmutada la pena a treinta años de cárcel, que resultaron menos tras la reducción de pena por el trabajo realizado. En los más de diecisiete años que pasó por las cárceles franquistas tuvo la oportunidad de conocer al poeta Marcos Ana, a José Murillo –el mítico comandante Ríos-, a Antonio Gutiérrez Díaz, el histórico del PSUC y a Enrique Múgica, actual Defensor del Pueblo. De vuelta a San Roque se reuniría con Ana, el amor de su vida, que lo había esperado todos esos años. No volverían a separarse hasta ayer, día 10 de abril de 2009, cuando el viento se lo llevó a no sé qué montes.

Sé todo esto porque he tenido la ocasión de conocer a Quico, de conversar con él y escucharlo. Veníamos un tiempo mi padre y yo preparando un libro sobre su memoria sin que él mismo lo supiera. Tantas veces habíamos hablado de la sorpresa que se iba a llevar, de lo que se iba a emocionar este hombre tan cariñoso y honrado cuando le invitáramos a la presentación de su libro...

Ya es tarde para eso, y el libro habrá de ser dedicado a su memoria. Pero no es tarde para brindar y beber algo que nos haga no olvidar nunca una etapa de nuestra historia a la que muchos no quieren hacer mención. Que nadie olvide a Quico, que me regaló su bandera republicana, ni a su mujer Ana, que lo esperó tantos años.

Si por los arrabales del corazón un día nos vemos, me preguntará por mi padre, yo le preguntaré por Ana. Nos daremos dos besos. “Tenemos que quedar”.

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