A modo de introducción
Reproduzco algunos sonetos en
buena medida ignorados del poeta Alberto Álvarez de Cienfuegos (1885-1957). Fueron
publicados en la revista Nuevo Mundo
(nº 1258, 22 de febrero de 1918). En internet hay distintas recopilaciones de poemas (aquí).
En Wikipedia hay una entrada fiable sobre la vida y la obra del poeta que nos ocupa, por lo que nos limitaremos a resaltar algunos aspectos. Su familia, ilustrada y
acomodada, era de Granada, aunque nació en Martos (Jaén) y murió en Puertollano
(Ciudad Real). No obstante, estos datos son meramente anecdóticos, ya que pasó
la mayor parte de su vida en Granada. Allí estudió Derecho y fundó la tertulia
literaria “La Cuerda Granadina”, frecuentada por Pedro Antonio de Alarcón y
otros artistas.
A rasgos generales, puede decirse
que en su obra hay cierto “costumbrismo regionalista o local” (según la reseña bibliográfica que José
Carlos Rosales realiza de él en la antología Memoria poética de la Alhambra, Sevilla, 2011). Aunque también
cultivó el teatro e incluso el cine, cabe citar sus poemarios: Andantes (1910), Generalife (1916), Los dos
Alcázares. Alhambra y Generalife (1916), Lirismo andaluz (1925) y La
vega, la ciudad y la sierra (1930). También aportó letras flamencas a cantaores del momento.
Apuntes sobre su obra poética
En mi opinión, Alberto Álvarez de
Cienfuegos presenta una poesía fundamentalmente neopopularista, que bebe más de
los cancioneros de los siglos XVI-XVII, Gil Vicente y Lope de Vega, que de la
producción artística genuinamente popular (folklore, cante flamenco, copla
andaluza, etc. sin exclusión de la tauromaquia). El eslabón que une lo popular
con lo culto lo extrae de un modernismo que, en efecto, da los últimos
coletazos por aquellas fechas. Tal vena culta dentro del neopopularismo,
lo acerca más a Rafael Alberti que a su amigo Federico García Lorca. Así lo
veremos en los siguientes sonetos. En cualquier caso, sobra decir que tales notas características tienen la virtud de alejar a Álvarez de Cienfuegos de los poetas baratos propios de una corriente de carácter vernáculo (una poesía tabernera y de panderetas), dentro de la que sin duda puede enmarcarse a José María Pemán.
En cuanto al componente
andalucista de su obra, deja entrever con meridiana claridad la tensión entre
lo local (ni siquiera provincial) y lo propiamente regional/nacional, que es
constitutiva, según J. A. González Alcantud, de la realidad nacional andaluza (véase su Deseo y negación de Andalucía, Granada, 2004).
Por último, y más en relación con los presentes sonetos, vale la pena hacer notar la puesta en práctica de un yo ficticio, dramatizado, en una narración del poema que aparece siempre en busca de la verosimilitud pero no de la biografía. Un caso de poesía neopopularista, modernista, figurativa y, como vemos, "de la experiencia" (tal y como se viene entendido ésta última categoría en el panorama lírico español contemporáneo).
Por último, y más en relación con los presentes sonetos, vale la pena hacer notar la puesta en práctica de un yo ficticio, dramatizado, en una narración del poema que aparece siempre en busca de la verosimilitud pero no de la biografía. Un caso de poesía neopopularista, modernista, figurativa y, como vemos, "de la experiencia" (tal y como se viene entendido ésta última categoría en el panorama lírico español contemporáneo).
C__A__R__M__E__N
I.
Córdoba, corazón de Andalucía
que late con la sangre de sus
vinos,puso en tus ojos la melancolía
profunda de los trágicos destinos;
de los negros destinos
pasionales
de una raza fundida en los
crisolesque bruñeron artistas orientales
con el sol de los cielos españoles.
Ojos de sombras y de
fatalismos,
pupilas insondables como
abismosque tienen la poesía indefinida
del rayo de luna que nos besa,
mientras soñamos, junto a la
florida
ventana de una calle
cordobesa.
II.
Desde el comienzo presentí el
fracaso.
Y al vestirme de luces aquel
día,sudario funeral me parecía
mi chaquetilla de crujiente raso.
Tú estabas en la plaza. Tu
sombrío
semblante delataba tus enojos.No sé lo que sentí. Cerré los ojos;
cité con rabia, resistí con brío,
y, a tiempo que la fiera me
alcanzaba,
le hundió mi brazo, hasta la
cruz, la espada.Y, así, al rodar sobre la arena, inerte,
me luce por feliz, porque
sabía
que tú llorabas con placer mi
muertecon tal de no llorar mi cobardía.
III.
Danzabas bajo el cielo
cordobés.
Un clavel que nimbaba tus
hechizosse desprendió de tus revueltos rizos,
rozó tus sienes y cayó a mis pies.
Creyéndolo divisa de tu amor
quise cogerlo, de mi mente
ufano.Mas mi mano topó con otra mano
que, brusca, quiso arrebatar mi flor.
Contemplé a mi rival, ciego de
rabia,
como quien lanza un reto a
quien le agravia y –¡ven por él!– gritó mi fiero enojo.
–¡Disputa, si te atreves, mi
derecho!–
Y, al acercarse, mi cuchillo
un rojoclavel de sangre le prendió en el pecho.
- Alberto A. de Cienfuegos: "Carmen", en Nuevo Mundo, nº 1258, 22 de febrero de 1918, pág. 10.
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