Estos días se han dado tres hechos que van a tener una importancia fundamental para el futuro de la Unión Europea: la extensión hasta 60 horas -e incluso hasta 75- de la semana laboral potencial, el no al Tratado de Lisboa en el referéndum irlandés y la aprobación por el Parlamento Europeo de la Directiva de la Vergüenza, que legaliza la reclusión de inmigrantes sin papeles, incluidos menores, hasta 18 meses para su deportación. Estos tres hechos, y otros más a iniciativa de los gobiernos de los distintos Estados, responden a una misma evidencia: a Europa la están construyendo los políticos profesionales a espaldas de los ciudadanos y de los derechos humanos.
Durante años, muchos autoconsiderados progres nos han venido insistiendo en que la UE, aun con sus limitaciones, es el principal baluarte de las libertades en el mundo; una especie de isla de racionalidad y de derechos en un planeta cada vez más desquiciado y cruel. Incluso, suelen afirmar la vigencia de un "modelo europeo", en contraste con el norteamericano, que dulcificaría las consecuencias del capitalismo mediante la existencia de un Estado que tendría como principal característica la de proteger a los más débiles, si no contra los más fuertes, sí al menos de las más graves consecuencias de su debilidad mediante políticas de apoyo al empleo estable y a la negociación colectiva y de garantía de las pensiones, la sanidad, la educación, una justicia igualitaria, la protección de los refugiados, etc.
Ese "Estado del bienestar", con preocupación redistributiva -que no llegó a ser plenamente tal, salvo, quizá, en algunos países nórdicos-, fue resultado de cuatro factores: etapa de gran crecimiento económico tras la Segunda Guerra Mundial, pacto entre patronal y sindicatos para la estabilidad social, explotación neocolonial del Tercer Mundo y temor al comunismo (el fantasma que recorría Europa). Con la caída -por sus propias perversiones- del mal llamado bloque socialista, convertidos los otrora sindicatos de clase en mecanismos burocráticos plenamente incorporados al sistema e iniciada la globalización del Mercado como nueva fase del desarrollo capitalista, la desregulación y el vaciamiento de las instancias políticas se convirtieron en los dos instrumentos básicos para conseguir los objetivos sacralizados de la competitividad y la productividad máxima. Todo ello, para la obtención del mayor beneficio para los capitales, principalmente financieros, que se constituyeron en eje de lo que ha sido llamada "nueva economía".
En este proceso, Europa ha sido punta de lanza y no trinchera de resistencia: desde el Mercado Común Europeo de los seis a la Unión Europea de los Veintisiete, los objetivos e instrumentos han sido los de la globalización: los fijados por la lógica mercantilista, no sólo en la dimensión económica, sino también en las dimensiones social, jurídica y cultural. El recorte persistente de libertades y garantías -en nombre de la seguridad nacional y de la lucha contra el terrorismo y la inmigración ilegal-, la pérdida de conquistas sociales tenidas por consolidadas para siempre, o la anulación de derechos humanos básicos, como el de no ser detenido sin la orden de un juez y a causa de algún delito, son consecuencia directa de la homologación del modelo europeo a la lógica de la globalización. Con consecuencias tanto más terribles cuanto más vulnerables son las personas y los grupos sociales: inmigrantes, trabajadores, minorías..., pero que afectan también, y afectarán cada vez más, a las grandes mayorías que tienen ya hoy en peligro su estándar de vida por la precariedad de los empleos, la subida de las hipotecas, el alza de los precios y la zozobra sobre el futuro.
Un indudable malestar, en distintos sectores y ámbitos, pero por unas mismas razones de fondo, se extiende por una Europa que ya no es la de los Estados del bienestar -o al menos del regularestar- ni la de los Estados de Derecho, y cuya dinámica no está dictada por las decisiones de los ciudadanos y de los pueblos sino por los acuerdos, a espaldas de unos y otros, de los profesionales de la política convertidos en administradores de los grandes intereses económicos y en propagandistas del pensamiento único de la globalización. Desde esta evidencia, ¿alguien puede sorprenderse de que, cuando tienen ocasión de expresarlo en las urnas, como ahora los irlandeses o en 2005 holandeses y franceses, los ciudadanos digan mayoritariamente no a esta Europa? Pero ante este contratiempo, nuestros políticos ya parecen tener la solución: no volver a preguntar a la gente, con el argumento de que "lo complejo" sólo puede ser entendido por los expertos, es decir, por ellos.
Diario de Sevilla, 23/06/2008
1 comentario:
le he cambiado la direccion a mi blog
http://ishereandnow.blogspot.com
:) para que lo sepas
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