Fue a través de mis lecturas acerca de Pi i Margall como llegué al pensamiento de Pierre-Joseph Proudhon, alguien de quien machaconamente se dice que fue el padre del anarquismo cuando lo cierto es que existen fundadas dudas para considerarlo siquiera uno de los socialistas utópicos. Lo primero que me interesaba, y que es nota distintiva en cada uno de los dos autores, es la formulación del pacto social como crítica feroz al contrato tal y como Rousseau lo había planteado. Después, y éste es el caso que ahora importa, me dispuse a desenmarañar las convicciones clasistas o "corporativas", por seguir su propio lenguaje, de Proudhon, y más específicamente, sus consideraciones y aportaciones en lo relativo al papel político de la pequeña burguesía.
En síntesis, pues lo que interesa es introducir tan sólo el texto que a continuación transcribo, Proudhon manifestó en todo momento sus preferencias por las clases medias, por la pequeña industria artesana, por la pequeña propiedad campesina. Pi i Margall, por su parte, volverá los ojos a los trabajadores sin propiedad ni medios económicos para "beneficiarse" de regímenes de arriendo o usufructo alguno: los jornaleros ocuparán, verdaderamente, un puesto central dentro de las preocupaciones de Pi i Margall, y tanto es así que quiso traducir la obra de Proudhon sustituyendo la palabra "ouvriers" por "jornaleras". Las clases jornaleras.
Estudiosos como Armand Cuivillier o Jean Touchard han encontrado en esa predilección inherente al pensamiento proudhoniano una correlación evidente, de síntesis lógica, con respecto a su origen social. Proudhon provenía de una familia pequeñoburguesa del Franco-Condado amante de la vida rural y las virtudes ascéticas. Así puede entenderse, dicho sea de paso, un aspecto tan significativo como la inexcusable visión machista que sobre la función de la mujer (laboral, social, familiar, económica...) mantiene Proudhon a lo largo de toda su obra.
El caso es que Proudhon era consciente de la proletarización sin frenos que venía sufriendo la pequeña burguesía a raíz de la industrialización. Pero siempre quiso dejar de manifiesto que, si bien era un revolucionario, no por ello era un "atropellador". Y es que Proudhon no comprendió que la lucha de clases es algo más que una doctrina socialista del antagonismo universal. Por razones que no vienen al caso, Proudhon fue incapaz de entender la conflictividad social como un fenómeno agudizado fuertemente por el régimen capitalista. Por eso no pensó jamás en la abolición de la división clasista de la sociedad, sino que apostaba firmemente por la fusión, por la armonía de las clases sociales distinguidas tras 1789, y que él identificaba con la burguesía y el proletariado, prácticamente sin matices analíticos más profundos.
Pueden dilucidarse varias etapas dentro de esta misma teoría. Primero, Proudhon despreciaba a las clases trabajadoras, pues estimaba que eran imbéciles y salvajes después de ver que, tras las masacres sufridas cuando la Revolución de 1848, se encomendara fervientemente a Napoleón III y al Segundo Imperio. Las injustas descalificaciones de este período, en el que a menudo fue crítico con la democracia representativa burguesa hasta el extremo de parecer un reaccionario a los ojos de muchos (no en vano la ultraderechista Action Française se nutrió de algunas líneas sueltas), cambiaron radicalmente hacia 1864. Fue entonces cuando los obreros se movilizaron y presentaron sus propias candidaturas electorales, demostrando que su capacidad a la hora de tomar un protagonismo político de primera línea. Proudhon, que esta vez se decepciona con las clases medias debido a su compdortamiento pasivo, no dejará de manifestar su decepción. También es cierto -como podremos comprobar a continuación-, en este último período será la clase burguesa la destinataria de sus más feroces críticas y ya no quedarán halagos ni himnos a esta clase eminentemente revolucionaria. "El papel de la burguesía en la historia ha sido revolucionario con el mejor título", habían sentenciado Marx y Engels en el sexto párrafo del Manifiesto Comunista en 1848.
El fragmento que a continuación sigue sorprende por su extraordinaria vocación de pertinencia, de vigencia entonces y aún hoy, máxime en el marco de las movilizaciones del 15M que a todos nos están haciendo meditar y, sobre todo, premeditar la realización de cualquier hecho socialmente destacable. No sólo por el cuestionamiento que hace de la burguesía (que podemos y debemos entender en sentido amplio y flexible si queremos aplicarlo al 15M), sino porque la conclusión final, la "fusión" entre las clases, puede revelarse bastante sugerente por variados motivos. Cuando Marx, en su Miseria de la filosofía, arremetió contra la doctrina proudhoniana, fue contundente: "La condición de liberación de la clase trabajadora -aseguraba- es la abolición de toda clase". El contexto actual es bien distinto y la perpendicularidad del antagonismo de clases, o al menos del conflicto abierto, ha menguado. No obstante, podemos reflexionar sobre otro dato no menos relevante: que el Estado de bienestar se está volviendo irreconocible, que el pacto social parece cada vez más inestable, que las instituciones democráticas y los actores de nuestro sistema parlamentario están enormemente privados de legitimidad para una parte significativa de la población.
Hemos afirmado: la idea de conciliación de las clases preconizada por Proudhon nos puede resultar reveladora por varias razones. Algunas de ellas, sucintamente expuestas, serían las siguientes: a) Por su imposibilidad en el momento en que fue escrito. b) Por la imposibilidad de la guerra social en nuestros días. Y, en definitiva, c) por la imposibilidad de una conciliación o, peor aún, por la imposibilidad de una conciliación útil para la mayoría que no olvide a las minorías más desprotegidas. Si atendemos a una visión más global del pensamiento y de las preocupaciones de Proudhon, ¿qué argumentos pueden esgrimirse para negar que la pequeña burguesía de nuestros días forma parte inescindible de lo que podemos identificar como clase trabajadora? Desde las clases sociales hasta las élites políticas, pasando por las económicas y los conflictos identitarios, entre subjetividades, el antagonismo social parece evidente.
Primeramente fueron los pueblos sojuzgados por Estados teocráticos, totalitarios o autoritarios que abundan en el llamado mundo musulmán. Antes de nada -huelga destacarlo- fueron sus mujeres... Recientemente, Chile está viviendo algunas movilizaciones de singular trascendencia, y Estados Unidos -no ya Grecia- se ha despertado al borde de la quiebra económica.
Hoy mismo han visto la luz las primeras investigaciones rigurosas sobre el fenómeno sociológico del 15M (véase Público). El 57% de los encuestados se muestran más partidarios de la reforma que de la ruptura. Pues a mi juicio esa dicotomía es abrumadoramente confusa, creo sinceramente que los siguientes párrafos serán bien recibidos por aquellos que, al igual que Proudhon, nos hemos definido en las plazas, llegado el momento, como revolucionarios, pero nunca atropelladores.
<< ¿Qué es la burguesía desde el 89? ¿Cuál es su significado? ¿qué vale su existencia? ¿cuál es su misión humanitaria? ¿Qué representa? ¿Qué hay en el fondo de esta conciencia equívoca, semi-liberal, semi-feudal? Mientras que la plebe obrera, pobre, ignorante, sin influencia, sin crédito, se establece, se afirma, habla de su emancipación, de su porvenir, de una transformación social que debe cambiar su condición y emancipar a todos los trabajadores del globo, la burguesía que es rica, que posee, que sabe y que puede, no tiene nada que decir de sí misma (...). Alternativamente revolucionaria y conservadora, legitimista, doctrinaria del justo medio; enamorada un instante de las formas representativas y parlamentarias y perdiendo después hasta la inteligencia de ellas; sin saber en esta hora qué sistema es el suyo, qué gobierno prefiere; sin estimar del poder más que los provechos y sin apegarse a él más que por el temor de lo desconocido y por la conservación de sus privilegios; sin buscar en las funciones públicas más que un nuevo campo y nuevos medios de explotación; ávida de distinciones y sueldos; tan llena de desdén para el proletariado como jamás lo estuvo la nobleza por lo plebeyo; la burguesía ha perdido todo carácter; no es ya una clase numerosa por el número, el trabajo y el genio que quiere y que piensa, que produce y que razona, que manda y que gobierna; es una minoría que trafica especula, persigue el lucro, una muchedumbre revuelta.
(...)
_____Lo sepa o no la burguesía, su papel ha acabado; ni podría ir más lejos ni puede renacer. ¡Pero que entregue en paz el alma! El advenimiento de la plebe no tendrá por resultado el eliminarla, en el sentido de que la plebe viniese a reemplazar a la burguesía en su preponderancia política, después en sus privilegios, propiedades y goces, mientras que la burguesía reemplazará a la plebe en su salariado. La distinción actual, por otra parte perfectamente establecida entre ambas clases, obrera y burguesa, es un mero accidente revolucionario. Ambas deben absorverse recíprocamente en una conciencia superior; y el día en que la plebe constituída en mayoría, haya tomado el poder y proclamado, según las aspiraciones del derecho nuevo y las fórmulas de la ciencia, la reforma económica y social, será el día de la fusión definitiva. Sobre estos nuevos datos las poblaciones, que no vivieron durante mucho tiempo más que de su antagonismo, tendrán en adelante que definirse, marcar su independencia y constituir su vida política. >>
Pierre-Joseph Proudhon (1865): De la capacidad política de las clases obreras,
segunda parte, capítulo II.
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