lunes, 1 de marzo de 2010
Poemas de ron y de luz.
En realidad esos atardeceres con ron y luz dorada y poemas duros o melancólicos y cartas a los amigos lejanos, me hacían ganar seguridad en mí mismo. Si tienes ideas propias -aunque sólo sean unas pocas ideas propias- tienes que comprender que encontrarás continuamente malas caras, gente que tratará de irte a la contra, de disminuirte, de "hacerte comprender" que no dices nada, o que debes eludir a aquel tipo porque es un loco, o un maricón, o un gusano, un vago, el otro será pajero y mirahuecos, el otro es ladrón, el otro santero, espiritista, mariguanero, la otra es chusma, indecente, puta, tortillera, maleducada. Ellos reducen el mundo a unas pocas personas híbridas, monótonas, aburridas y "perfectas". Y así quieren convertirte en un excluyente y un mierda. Te meten de cabeza en su secta particular para ignorar y suprimir a todos los demás. Y te dicen:
"La vida es así, señor mío, un proceso de selección y rechazo. Nosotros tenemos la verdad. El resto que se joda." Y si se pasan treinta y cinco años martillándote eso en el cerebro, después que estás aislado te crees el mejor y te empobreces mucho porque pierdes algo hermoso de la vida que es disfrutar la diversidad, aceptar que no todos somos iguales y que si así fuera, esto sería muy aburrido.
PEDRO JUAN GUTIÉRREZ (1998): Anclado en tierra de nadie, Anagrama, Barcelona.
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