viernes, 12 de septiembre de 2008

Un poema de Charles Baudelaire.

Es una fuente de oro negro. Y evidentemente no me refiero al petróleo. Es otra clase de oro negro cotidiano.

No sé si es la traducción más correcta, pero bueno. De Carlos Pujol, en una edición de Planeta de 1990.



EL CREPÚSCULO DE LA MAÑANA

Suena en cada cuartel la canción de la diana
y en el alba se agitan farolas al viento.
Es la hora en que enjambres de maléficos sueños
en sus camas retuercen a muchachos morenos;
cuando un ojo sangriento que nervioso palpita
es la lámpara, ya mancha roja en el día.
Cuando agobian al alma cuerpos toscos y ásperos
imitando el combate de la luz y la lámpara.
Como un rostro con llanto que las brisas enjugan
en el aire hay temblores fugitivos; el hombre
de escribir ya se cansa, y de amar a la mujer.

Y las casas comienzan a humear por doquier,
las rameras al alba, con los párpados lívidos,
entreabierta la boca, duermen como aleladas;
las mendigas arrastran pechos flacos y fríos,
soplan en sus rescoldos y se soplan los dedos.
Es la hora en que en medio del helor y del hambre
siente la parturienta agravarse el dolor;
un sollozo cortado por la sangre espumosa
es el canto del gallo entre el aire y la bruma;
todo un mar de neblina la ciudad está inundando
y en los cuartos de asilos los que van a morir
lanzan sus estertores entre bruscos hipidos.
Extenuados regresan a su casa los crápulas.
Tiritando, la aurora, de color rosa y verde,
lentamente recorre todo el Sena desierto,
y el sombrío París, que se frota los ojos,
volverá a su tarea como un viejo incansable.


Charles Baudelaire. Las flores del mal. 1857.

No hay comentarios: